15 diciembre 2006

El cinturón de acero de la propiedad intelectual aprieta (y ahoga)

Biblioteca Virtual Miguel de CervantesHace unos días apareció en los medios de comunicación la noticia de que un juez había sentenciado contra la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes por una infracción de derechos de autor.

Sería conveniente recordar los hechos: la BVMC digitalizó el libro Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra con 1.000 documentos hasta ahora inéditos y numerosas ilustraciones y grabados de época, editado por Ediciones Reus, y lo incoporó a su catálogo en 2003. En marzo de 2004, la editorial le indica que ésta posee los derechos de explotación de ese libro, que la BVMC no solicitó permiso para esa publicación digital, y que, aunque lo retiraron de su catalogo, los accesos a la versión digital en la BVMC le suponen un perjucio (?).

La BVMC hizo lo propio, descatalogarlo de su biblioteca, al tiempo que dio cumplidas disculpas por el error, ya qué en su ánimo nunca estuvo perjudicar a la editorial, entendiendo que el libro ya había sido descatalogado por ésta. Aún así, los abogados de la editorial vieron caso y la editorial denunció a la Universidad. Finalmente, el juez no ha tenido en cuenta esa descatalogación del libro ni el ánimo de gratuidad con el que la biblioteca educativa puso a disposición una obra descatalogada, y condena a la Universidad de Alicante a indemnizar a la Editorial Reus con 20.000 euros.

Un libro descatalogado es abandonado a su suerte

La parte fundamental del asunto es la descatalogación del libro. Quizá se ha de explicar que és y que produce que una editorial descatalogue uno de sus libros. Cuando un libro se descataloga es porque la editorial renuncia a su comercialización porque entiende que su ciclo comercial se ha cumplido. Cuando esto sucede, la editorial salda el libro ofreciéndolo a libreros de viejo y librerias y ferias de ocasión. Pero si el libro no interesa a éstos, la editorial lo destruye convirtiéndolo en pasta de papel, en material reciclado para otra obra. La obra deja de existir salvo en los libros que queden en librerías de viejo, bibliotecas personales y... bibliotecas públicas.

La editorial, al descatalogar el libro, liquida al autor sus derechos por la venta en saldo del libro. El autor termina así de recibir sus derechos y la editorial deja así de ejercer los suyos. El matrimonio que formaron para esa publicación queda deshecho. Por las ventas en los circuitos de ocasión ni la editorial ni el autor percibirán derechos porque los liquidaron en la venta de saldo.

Es curioso cómo la editorial ha sacado provecho un tanto torticero cuando encuentra que este libro, ya descatalogado por ellos, se ha convertido en una edición digital gratuita, una edición que, si bien la que ellos realizaron con encomio ha llegado a su fin, ésta puede ser infinita gracias a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


Hubo caso, ahora hay causa

Nada que objetar de la sentencia: se ajusta a la ley. La editorial ha cobrado las treinta monedas de plata por algo que si enfitéuticamente no merece, ha derecho. Sus abogados vieron que había caso y lo han ganado.

Pero la Universidad ha de ver que además de caso, hay causa. Y la causa no es otra que liderar no ya una biblioteca virtual, sino los cambios sociales que está causando la sociedad del conocimiento. De pronto, el caso le ha puesto en bandeja la oportunidad de hacer ver en el mundo que la sociedad del conocimiento ha puesto al descubierto a las leyes sobre derechos de autor, apuntándolas como obsoletas y percibiendo el peligro de que pueden llegar a convertirse en reaccionarias si benefician a los que convierten el conocimiento en pasta de papel y perjudican a los que lo difunden gratuitamente y ad infinitum en digital.

Ideas para un cambio necesario

La causa es además esa oportunidad que tiene la Biblioteca de mostrarse, siendo la mayor digital de humanidades en español, como objeto y lugar donde se estudien y practiquen, donde se promuevan y experimenten ideas que provoquen cambios. Perdón por la perogrullada: ése es su papel. Ideas para cambios que cada vez más intelectuales y juristas de todo el mundo ven necesarios en la propiedad intelectual, ideas para una era en la que algunos todavía no saben que hemos entrado. Nuevas ideas en fin para acabar con la miopía de que Internet es una amenaza para algunos sectores económicos. 20.000 euros por ostentar ese liderazgo es un saldo.



13 diciembre 2006

Las editoriales de EE. UU. aseguran perder 20 millones de dólares al año por la actitud de los profesores

Joseph E. StiglitzHace pocas fechas, el premio nobel de economía Joseph E. Stiglitz hablaba en la Feria Internacional de Guadalajara sobre globalización.Utilizó una metáfora para referirse a los problemas de patentes y copyright en la globalización y en el desarrollo: el cinturón de acero de la propiedad intelectual.

Cuando Bloomberg daba la noticia de que los editores norteamericanos aseguraban perder 20 millones con el hábito de los profesores de incorporar fragmentos de obras con derechos restringidos, recordé la metáfora de Stiglitz.

¿Dónde acaba el uso razonable y dónde empieza el uso ilegal de propiedad intelectual? La ley española legitima en la reforma de 2006 el uso de fragmentos de obras cuyos derechos de explotación no se tienen sin necesidad de pedir permiso al titular de los derechos, siempre que sea en un entorno educativo, pero queda ad líbitum del juez poner la raya entre el uso razonable y la infracción.

La comunidad se convierte en sociedad

Es evidente que los profesores utilizan cada día más la Red para modular su relación docente con el alumno y que éstos están ya habituados a que la Red sea un lugar donde no hay que pagar para obtener información. Dos fuerzas se sitúan tensando la cuerda: por un lado, las editoriales de libros pretenden incorporar a la Red los términos del mercado, y por otro, la comunidad de internautas, que se niega a que el modelo de capitalismo tradicional entre en Internet, tratando de crear no una comunidad, sino un nuevo tipo de sociedad donde las leyes se adapten, así ciertos expertos de universidades abogan por una ley propia de internet, como Lawrence Lessig.

Quizá las grandes editoriales están llegando tarde al cambio, quizá no están invirtiendo lo suficiente en creatividad para que la gran ola que nos está llegando no se los lleve por delante. Tendrán que decidir si quieren morir como grandes dinosaurios, o vivir como pequeñas aves, pero volando.